Por Bertha Teresa Bolaños
Fotografía de Antonio Alcalá.
Atravesé la calle de la moneda que en sus buenos momentos no deja ver sus letreros ni el color de sus paredes,el ruido de la gente hablando en voz alta, los pregones de vendedores felices y la música a todo volumen de los parlantes en almacenes que creen elevar sus ventas a ritmo de la champeta impiden observar de verdad lo que esta calle ofrece, aquí habitualmente se siente un poco el movimiento de la economía de nuestra ciudad, al menos cien negocios entre ventas de ropa, comida, papelerías, bisutería, zapatos, frutas, minutos, pizzas, arepas y hasta un hombre que brilla metales en pleno andén así lo confirman todos los días excepto por estos tiempos en que sabrá Dios dónde estarán confinados cada uno de los propietarios de estos negocios locales.
Continuar el recorrido por nuestro Centro Histórico me hizo sentir un miedo infantil, el miedo a los fantasmas de los que siempre se habla en nuestra leyendas… yo miraba hacia todos lados a ver si de repente alguno se nos aparecía, pero lo único que nos hizo detener y me sacó una lágrima fue la muerte masiva y diaria de las palomas en el Parque Bolívar. Un hombre trabajador de empresa de aseo nos contó que diariamente mueren varias, tienen hambre, no hay quien les lleve maíz excepto Roberto el de la Guardia Ambiental, lo compra a 1.800 el kilo en Bazurto pero ahora está cerrado, se las ingenia y expone su vida en medio de la pandemia para alimentar a las palomas.
El centro Histórico de Cartagena está sumido en un silencio aterrador, las plazas que habitualmente se llenan de gente ruidosa ahora asustan, dejan ver sus vértebras de cemento y adoquín, lejos quedó el olor a alcohol, miseria, prostitución y desorden. Más adelante, en la Plaza de los Coches está el viejo moreno y loco malhablado de siempre, al verse solo pelea con las palomas, lanza improperios y finalmente tres campanadas del Reloj Público en medio del silencio de la mañana lo obligan a callar.