Al mismo lugar en donde se castigaron tantos delitos de herejía, la mansión donde el dolor fue la constante en épocas de la inquisición y por donde se pasearon los verdugos cubiertos con túnicas negras ingresé a buscar sin afanes a un grupo de ángeles.
A cualquier historiador de ésta y de cualquier otra época le parecería estúpida mi búsqueda, los ángeles no coinciden con la inquisición y menos con el castigo. En el patio inmenso, pedregoso y teniendo como protagonista un árbol centenario estaban todos esos ángeles que buscaba, con rojas aureolas de tela y pantalones de jeans, zapatos tenis y cada uno con la voz que trajo desde lo más profundo de su propio mar.
El Coro de Tierrabomba, más de una veintena de muchachos que aprendieron a cantar a la orilla del mar se preparaban para dejar salir de sus gargantas hermosas letras de canciones exclusivas arregladas y escritas por el profe Edgar Avilan quien como el más obediente de los marinos de unió a Milton López, manager de ángeles y miembro de la Armada Nacional que en compañía de un equipo ávido de mostrar lo mas bello de las islas que tiene Cartagena, organizaron lo que fui a buscar al Museo Histórico de Cartagena, antiguo Palacio de la Inquisición: Un coro de ángeles frente a la guillotina donde se ajusticiaron muchos pecados y sus pecadores.
Metida en una silla blanca frente a ese grupo armónico y con inmensas sonrisas inocentes disfruté del más hermoso de los conciertos que he podido escuchar durante estos últimos tiempos. No están en la posición de impresionar, respiran humildad. No necesitan muchos halagos, solo quieren que se les escuche como nunca antes, los de las islas tienen tanto que decir pero no tienen a muchos que oigan sus voces, el coro es el camino al menos para contagiar al resto de jóvenes metidos de cabeza en temas como el consumo de drogas… La cadencia de sus cuerpos alegres, la espontaneidad de sus sonrisas y la armonía de sus movimientos me fueron envolviendo en una nube de algodón espeso que se descargó y terminó en lágrimas.
Fueron tantas y tantas las notas que disfruté allí en un solo lugar ese medio día pensando en que las canciones del coro de Tierrabomba no tenían fin y olvidé preguntar por los nombres de esos ángeles, al final lo que importaba era la unión de las notas que con total seguridad espantaron los fantasmas de inquisidores que dice la gente se pasean por ese patio todas las noches.
Terminó el concierto, se silenciaron los ángeles, se desbordaron los aplausos y los gritos eufóricos, incluidos los míos, dándoles ánimo a esos jóvenes cantores sin muchas oportunidades pero que tienen ya padrinos militares que todo lo organizan con la métrica exacta que debe girar el mundo. Esos ángeles comenzaron a volar, sus alas se extienden más allá de donde vienen y sus voces se irán escuchando poco a poco después de surcar mares y traspasar la barrera el viento. La Armada Nacional, la misma que en otros tiempos se encargaba exclusivamente de cumplir misiones poco sensibles y prohibir era de sus verbos más conjugados hoy tiene en sus manos la tarea de fabricar ángeles cantores, jóvenes exitosos, gente con sueños y esperanzas.