Su labor solo cuesta 30.000 pesos y la realiza en lugares donde no existen médicos ni puestos de salud y donde las comunidades piden apoyo para que su trabajo se preserve.
Nació en el año 1957, en el corregimiento de El Níspero, en María La Baja (Bolívar). Trae niños al mundo a través de la práctica ancestral de la partería afro. Empezó tocando las barrigas de las mujeres gestantes, para saber el sexo del bebé y hoy hace parte de la generación de parteras del consejo comunitario de Comunidades Negras Ma-Majary del Níspero de Angola.
A los cuatro años quedó huérfana de madre y fue criada por sus hermanos. Cuando se casó se fue del pueblo, pero regresó con siete hijos y una grave enfermedad que al parecer no tenía cura. “Después de tener tanto muchacho me enfermé, vine a morir porque me decían que no tenía cura. Conocí a Dios y Él me sanó”, comenta.
Sanciry María SanMartín Cardosi, es la presidenta de la Asociación de Parteras Mae Mía Dadora de Vida, y a los 34 años, empezó a mostrar su don y a ponerlo al servicio de su comunidad Afro en El Níspero en Bolívar.
“Yo sentí ese llamado de atender barriga, le oraba a Dios y él me mostraba la posición del niño y hasta el sexo. No lo aprendí con nadie ni lo estudié. Si tenía mucho líquido o alguna enfermedad o una posición mala, también lo sabía solo con tocar”, explicó Sanciry.
Su labor estaba limitada por el temor infundado de muchos. “Mi esposo me decía que yo no podía ser partera, que los médicos me iban a condenar si algo le pasaba a algunas de las mujeres”, agrega. Su aliento en medio de la incertidumbre fue Candelaria, una partera del pueblo que reconoció su don que hoy también hace parte de la Asociación.
“Un día me mandó a buscar, quería que la asistiera en un parto de primeriza, una niña de 14 años que tenía dificultades para parir. Ella alumbró y se fue después. Me buscaron porque el niño estaba botando sangre por el ombligo lo curé y a partir de allí empecé a partear”, anotó.
Ayuda divina
Sus manos y “la oración al Altísimo” le han permitido salvar vidas y anticipar cualquier enfermedad solo con ungir la barriga de las embarazadas. “Una vez me vino a buscar una muchacha para que le ungiera la barriga y le dije: aquí hay algo, este niño no sé qué tiene en la cabeza pero ahora mismo te vas a hacer una ecografía”, recuerda.
La madre siguió el consejo de la partera y se fue a un puesto de salud en María La Baja, donde le practicaron una ecografía descubriendo que el niño no tenía cráneo.
A sus 40 años recibió al primer bebé en sus brazos, hoy tiene 62 y no ha dejado de asistir a las madres que buscan su ayuda. Hace poco recibió a su bisnieto. Ella dice que la labor, no es bien remunerada pero que le queda la satisfacción de servir a su comunidad y aportar para que la tradición no se pierda en el tiempo.
Una de las experiencias que más recuerda fue el día que decidió no atender un parto, pero que el destino terminó poniéndola a ella en el lugar indicado para asistir el alumbramiento.
“Candelaria no quiso atender un parto de primeriza y le dice a la mamá de la muchacha que se la lleve para María La Baja porque había un problema. La mamá de esa niña me pide a mí que la acompañe en el camioncito. La madre de la primeriza era partera pero no tenía el valor para atender a su hija. Cuando vamos en camino le da el pujo a la pelá’ y le dije vamos a bajarla y a ponerla en el platón del carro y le pedí que pujara, cuando ella lo hace yo no veo ni cabeza ni pies solamente le veía el lomo de la espalda a la niñita”, describió.
“¡Ay Dios mío!”, exclamó Sanciry en medio de la angustia, era un parto malo que complicaba la vida de la criatura que estaba por nacer.
Clamó a Dios y logró que las piernas de la niña salieran pero adentro del vientre de la madre todavía estaba la cabeza y decidieron seguir el camino hasta el puesto de salud, porque según ella, la niña ya estaba ahogada.
Sanciry señaló que en el camino volvieron a parar y que sentía que su labor no había terminado. Entonces le estremeció la barriga a la mujer tratando de extraer a la niña hasta que la cabeza salió. “La niña no lloró ni hizo nada”, dijo Sanciry tras indicar que clamó piedad a Dios: “Tú que le das vida a los muertos, haz vivir a esta niña”, y en el camino la bebé lloró, cuenta. Hoy, esta criatura con pocas esperanzas de vida, lleva 12 años en este mundo, gracias a las manos milagrosas de esta partera.
Esta mujer de tradiciones afro, dice que su mayor alegría es servir a las mujeres de El Níspero: “Aquí algunas se quedan calladitas esperando hasta lo último para parir, para que yo las asista. Cuando llego ya están listas para alumbrar y eso me da felicidad. Yo baño a los niños hasta que se les caiga el ombligo, los asisto en los ocho días y oro por ellas y por los bebés y eso les gusta”, recalcó.
Su labor cuesta 30.000 pesos explica Sanciry, tras indicar que algunas mujeres dicen, “anda solo tengo 20, y bueno se reciben”.
Ninguna de sus hijas quiso seguir la tradición, pero ella no deja de batallar, siempre dispuesta para su comunidad y abierta a conocer más de este maravilloso arte de traer niños al mundo, con la ayuda de Dios, para que la tradición no se pierda.
En El Níspero hay cinco parteras y cinco aprendices que buscan preservar la tradición afro de asistir a las mujeres en sus partos. Una tradición oral que se trasmite de generación en generación y que busca conservar la ancestralidad, dignificando el papel que cumplen estas “asistentes”, “ parteras” o “comadronas”. Ellas combinan la medicina tradicional con la moderna para preservar y renovar esta práctica.
“No podemos dejar perder esta cultura. Este pueblo no tiene médicos ni puestos de salud”, manifiesta Sanciry, y destaca la labor que viene realizando el Consejo Comunitario para preservar esta tradición.